«Filomena Ferrer fue contemplativa de oración asidua y profunda unión con Dios, especialmente exactísima en los distintos deberes y observancias religiosas. Fue conformándose cada vez más con Jesús Crucificado, alcanzando un grado de virtud extraordinario y heroico, propio de los dones carismáticos particulares con los cuales Dios la adornó. De los testimonios de los procesos y de sus Escritos resaltan con evidencia la intensa vida teologal de la Sierva de Dios y su perfección moral, con particular acento en las virtudes proprias de la vida religiosa contemplativa de la regla, espiritualidad y ascesis cuaresmal perpetua de los Mínimos: oración—ayuno—caridad, extendidas a toda la vida».
Del Decreto de Aprobación de las virtudes heroicas, 7 septiembre 1989
Nacimiento y primera infancia
Filomena Ferrer, vio la luz en la localidad tarraconense de Mora de Ebro, el 3 de abril de 1841. Fue educada cristianamente por sus padres, especialmente por su madre, que se preocupó escrupulosamente de su buena formación. A causa de la profesión de su padre, Félix Ferrer, la familia tuvo diversas residencias en tierra catalana, porque toda la familia se trasladaba a los lugares donde el padre era llamado por motivos de trabajo y de este modo se mantuvo siempre unida.
Filomena heredó de su padre, artista como era, la delicadeza y la sensibilidad del espíritu y de su madre, la Sra. Josefa Galcerán, la fortaleza y la energía de carácter. Desde pequeña mostró una inclinación natural al bien y una sensibilidad espiritual especial, dotes que, unidas a una esmerada formación humana y cristiana, forjaron en ella un carácter dulce y fuerte al mismo tiempo. Las personas que la conocieron en los diversos lugares donde residió la familia, advirtieron su amabilidad y corrección con todos como también su compostura y docilidad en el trato, destacando por la madurez, tanto humana como espiritual que manifestaba, además que por sus dotes de inteligencia.
No obstante los dones con los que estaba adornada por Dios, su vida se desarrolló como la de cualquier niña de su edad, participando en los juegos y en las actividades propias de su tiempo y del ambiente en el que se movía.
Casa de la Familia Ferrer donde nació Filomena
Vocación contemplativa y primeras dificultades
Sintiéndose atraída por Dios desde la infancia, a la edad de 16 años manifestó a sus padres su vocación contemplativa; a esta manifestación siguió la violenta oposición de su madre, que influenciada, sin duda por el temor de ver a su hija siendo objeto de vanas ilusiones, la sometió a una serie de pruebas que le procuraron innumerables sufrimientos. Filomena supo afrontar esta situación con una gran integridad y con un ánimo inalterable, superiores a los que por su edad le correspondían, viviendo en cada momento sometida a la autoridad de sus padres y abandonándose con confianza a la voluntad de Dios.
Finalmente, convencidos de la autenticidad de su vocación, sus padres le concedieron el deseado permiso, y a la edad de 19 años entró en el Monasterio de las Monjas Mínimas de Valls, (Tarragona-España), distinguiéndose desde el inicio por la fidelidad a los deberes religiosos y a la Regla penitencial de su Fundador, San Francisco de Paula. La felicidad que la invadía al ver realizada su vocación religiosa la acompañó durante el resto de su vida.
A la derecha, antiguo Monasterio de las Mínimas de Valls
Infatigable apóstol del Corazón de Jesús
Desde el primer día se entregó plenamente a la oración, progresando rápidamente en la unión con Dios, centrada en modo particular en la contemplación del amor de Dios manifestado en el Corazón de su Hijo Jesucristo.
En la vida de Sor Filomena a la oración estaban inseparablemente unidas la mortificación y la negación de sí misma. Su fuerza de voluntad la ayudó a caminar siempre adelante sin retroceder en sus decisiones, buscando en todo la unión con Cristo crucificado al que amaba apasionadamente y que la condujo en sus pocos años de vida a las cimas más altas de la mística. Dios la había elegido como instrumento de su misericordia, concediéndole gracias y revelaciones especiales del Corazón de Jesús, de quien fue infatigable apóstol dentro y fuera de la comunidad.
La firmeza de su carácter la ayudó en la cooperación con la gracia distinguiéndose enseguida en la práctica de las virtudes, sobre todo de la humildad, ayudada por los sabios consejos del confesor de la comunidad, el religioso Mínimo P. Narciso Dalmau.
Su deseo de servir a Dios con plena fidelidad a sus compromisos religiosos la llevó a luchar por la recuperación de algunas observancias regulares que con el paso del tiempo habían sido abandonadas, como la descalcez y el rezo nocturno del Oficio de Lecturas. La empresa no fue fácil, pero lo consiguió con la suave persuasión de su ejemplo, que poco a poco logró imponerse, obteniendo que otras Hermanas compartiesen sus ideales, incluso después de su muerte.
Sor Filomena, escultura obra de su hermano, Félix Ferrer
Siempre dulce y sonriente, dispuesta a servir
La enfermedad había aparecido muy pronto en su vida, como compañera inseparable de su camino desde la infancia, pero esta circunstancia no fue para ella sino un medio más al servicio de su configuración con Cristo Jesús. Siendo ya religiosa, soportaba con gran entereza y en silencio las molestias de la enfermedad, tanto que las hermanas de comunidad, en los grandes sufrimientos físicos y en las pruebas interiores de las que era objeto, la vieron siempre dulce y sonriente, ofreciéndose a realizar todo tipo de servicios y a ayudar en los diversos trabajos del monasterio, sin hacer pesar sobre las demás nada de cuanto sucedía en su interior.
En su oficio de enfermera
Se prodigó para la construcción die un monasterio
Aunque estaba adornada por Dios con dones sobrenaturales y revelaciones del Corazón de Jesús, ella misma afirmó en sus escritos que “su voluntad no fue unida a la de Dios por medio de dulzuras y dones espirituales, sino en medio y por medio de cruces”.
Por voluntad del Corazón de Jesús, que se manifestó a ella muchas veces mediante revelaciones particulares, se prodigó infatigablemente por la construcción de un monasterio de la Orden en su ciudad natal, Mora de Ebro, con un templo expiatorio anexo. No resultó fácil, ya que fueron muchos los obstáculos que tuvo que superar, incluso dentro de la misma comunidad, pero la seguridad de que Dios lo quería le otorgó la tenacidad para superar toda dificultad, haciendo posible esta obra para el servicio de la Iglesia, como instrumento de reparación por los pecados del mundo y por la difusión del culto al Corazón de Jesús.
Sor Filomena, después de haber afrontado innumerables dificultades, ofreció al final su vida a Dios como sacrificio para el buen éxito de la fundación; por esto el monasterio, inaugurado 26 años después de su muerte, ha quedado vinculado para siempre a la figura de esta joven Monja que fue el cimiento, no solo del edificio material, sino sobre todo del espiritual, que sería la comunidad de monjas Mínimas de Mora de Ebro.
Sus experiencias místicas se reflejan en sus escritos que, aunque sean breves, se trata en su mayor parte de textos autobiográficos dirigidos al confesor, P. Dalmau, donde se delinea la intensa vida interior y el alto grado de oración de esta humilde hija de S. Francisco de Paula.